... de Paula

Yo no te conocía. Yo era una niña que venía del mundo de las niñas. Del mundo de la gimnasia rítmica donde todo parecía perfecto. Una niña a la que un día se le antojó probar a deslizarse sobre el agua.

Como buena niña que había aprobado todo por final de curso, mis buenos padres quisieron hacerme un regalo. Y como vieron que su hija estaba feliz en un deporte que no ponía tantas reglas, fueron en busca de una tabla de surf.

Preguntaron ni sé por donde, yo tenía 14 años y estaría jugando con las barbies. 

Acabaron en un taller cerca de la playa de la ciudad. Y un día en ese verano de mis 14 años, me trajeron una Watsay 6.0 medio naranja y amarilla tan fina como una loncha de queso. Yo medía 1.45, pesaba 40 kilos y estaba aprendiendo a dejar de hacerme rectos.

Estaba tan ilusionada con mi nueva loncha de queso que la empecé a llenar de toda cuanta pegatina encontraba, rosas, azules y verdes. Porque los colores que ya tenía no le llegaban. Las pegué por todos lados, incluidos los cantos. 

Primer error.

Primera vez que me reñiste.

~

La primera vez que tuve que arreglar una tabla fue porque me lo dijeron. Yo ni sabía que tenía unos rasguños por los que le entraba agua. Entonces tuve que ir a verte.

Mi madre me llevó. Te enseñé la tabla y me echaste una semi bronca. No fue una bronca entera porque cuando me miraste a la cara viste una pobre renacuaja que no tenía ni idea de lo que hacía. Me dijiste que las pegatinas no se ponían en los cantos porque a parte de que era horrible, no te dejaba hacer tu trabajo. 

Yo me acuerdo que nose si estaba flipando por escuchar a un viejo testarudo o por ver sus pósteres de chicas en tanga. 

Yo pensaba que dejar una tabla a arreglar eran 2 minutos.

Segundo error.

Tu conversación interminable nos retuvo allí más de 20, expectantes a todas las cosas que me tenías que decir y las historias que nos querías contar.

Me dijiste que la cuerda tampoco se ponía así y me enseñaste cómo, hablando con tu estilo de viejo cascarrabias.

Me dijiste que ni se me ocurriera dejar la funda de la tabla allí porque no querías más mierda por el suelo.

Y antes de irme, me dijiste “no le digas a nadie que te voy a tener la tabla lista mañana”.

Yo no entendía porqué, hasta que conocí a Albertito y la pandilla de La Vieja Escuela y me dijeron con cara de sorpresa “Tito te arregló la tabla taannnnnnn ráaaapido?¡¡ qué morro la mía aún no me la dio”.

~

Poco a poco empecé a entender que ese viejo testarudo y cascarrabias en realidad quizás solo quería que fuese al agua a seguir surfeando. Y que me tenías cariño. Que me ponías ejemplos de otras chicas que surfeaban de aquellas cuando yo te decía que no veía a muchas por el agua. Quizás tenías miedo a que perdiese la ilusión. Nose lo que se te pasaba por esa cabeza la verdad porque a la vista parecías un viejo caradura.

Pero tu corazón era más grande que Coruña entera.

Esa Coruña que te idolatraba sin tú querer ser idolatrado. Porque odiabas el protagonismo y no querías ser grande. Y todo eso te hacía todavía más grande.

Me acuerdo cuando, en mi rutina diaria, pasaba por la plaza de vigo a leer revistas en Pure Surfing y algún día, Hugo me llevaba a visitarte. Íbamos a un bar a tomar una tapa de tortilla y tú siempre aparecías en tu bicicleta. 

Me acuerdo cuando un día en el colegio, tuve que hacer un trabajo sobre alguien de mi ciudad. Y con toda la ilusión del mundo te preparé unas preguntas y fui a tu taller a entrevistarte.

Me dijiste que ni de coña. “Yo no concedo entrevistas”.

¡Me rompiste los planes Viejo!

Me acuerdo de muchas cosas. 

Cuando me rompí la pierna, apareciste en el hospital justo antes de que me operaran. Yo estaba nerviosa porque nunca me había metido en un quirófano y tú llegaste y me dijiste “No pienses que vengo aquí a verte a ti, solo coincidió que venía a ver a otro amigo y me enteré que estabas en esta planta. No te vayas a creer importante”. 

Y me hiciste reír.

Cuando dejé la gimnasia rítmica y empecé a entrenar surf, llegaba a casa y me ponía vídeos de los mejores surfistas del mundo, quería hacer esos movimientos y quería encontrar la perfección como lo hacía en gimnasia.

Me acuerdo de uno de esos días que cogía el bus desde los Castros para ir a surfear al matadero. Una niña ilusionada con su loncha de queso. Allí estabas, en el agua. 

Yo pocas veces te había visto.

Pero verte en el agua era mejor que ver los vídeos de la ASP. 

Yo quería ser como tú. Le dije a mi madre que cuando fuera mayor quería ser como tú.

~

Pobres ilusos todos nosotros, galleguiños que te queríamos como padre, abuelo y tatarabuelo, y queríamos ser como tú. Nadie lo será y nadie será capaz de reemplazarte. Porque tú fuiste único y todos te conocimos por tus hechos. Y por tu corazón, lleno de humildad. Que ya nos gustaría tener a muchos. Lleno de amor. Que también nos gustaría tener. Lleno de una personalidad auténtica.

Gracias por ser tanto, sin querer ser nadie. 

Gracias Tito por ser tú. 

Eres grande, gigante y nos diste un tesoro, tu legado. Te prometo que voy a conservarlo. 

Te quiere,

Paulita.

Libros del Océano