Un velero llamado libertad
Creo que fue en el 2007, cuando en una comida en la Plaza de Pontevedra, pregunte “¿Quién puede arreglar unas tablas de surf en La Coruña?”.
La conversación tenía lugar a 100 metros de la playa del Orzan, frente al Instituto y las “escolas Da Guarda”, donde mi abuelo paterno se metia en el agua y nadaba a diario, verano e invierno al alba, mientras pudo. Un luchador como tito.
Pocos días después recibi un contacto, Roberto Fariña y un numero de teléfono.
Llame, le dije que iba a pasar por La Coruña y que el tema era reparar una o unas – no recuerdo- tablas de surf. Al teléfono se puso Tito, le dije que aunque era algo coruñés, no vivía allí, que quería llevarle una tabla y que si podría pasar en unos días.
Todo fueron facilidades desde el primer momento, quedamos a la hora que yo podía ir, total predisposición a ayudar.
A partir de ahí, vinieron los inconvenientes, el primero fue localizar la calle (pese a que yo conocía la zona, no había gps y la única referencia era que estaba “por detrás del Maria Pita”.
Di muchas vueltas, primero para localizar la calle en coche (llevaba tablas), después el local (a la quinta vuelta descubrí una especie de pegatina surfera en un local –la cual creo que aun continua-) y pensé, es aquí.
Como en aquel entonces no había bolardos, puse el coche cerca del número 52, baje y me dispuse a esperar. Eran sobre las 3 de la tarde, el local estaba cerrado y nadie respondía a mi llamada.
No habían pasado 5 minutos cuando veo llegar, montado en una bici pequeña y vieja, en mi opinión destartalada, pero apañada, a un individuo que se paró junto al local. Mirarnos fue lo suficiente para identificarnos. Habíamos quedado.
Abrió la puerta del local, pasamos la tabla, hizo por allí no sé qué mientras yo permanecía con la tabla en brazos. Tras ello no se dirigió hacia mí, sino a la tabla que yo llevaba.
La miro, la toco, pensó y dijo…”tiene arreglo”. Le comente que estaba de paso y que iba para Viveiro.
Viveiro fue la palabra mágica, en ese instante comenzamos a entendernos, a sentirnos amigos. Empezamos a hablar y a contarnos cosas. Hablábamos de algo que nos gustaba mucho a los dos aunque de diferente manera –las motos – . Recuerdo que me dijo que precisamente el fin de semana anterior había estado en una concentración motera por la Mariña, que tenía dos pasiones el surf y las motos, aunque dejo claro que el surf era su vida. Excelente primer encuentro.
Pasado un buen rato, pregunte que cuando estaría la tabla, contesto tras una especie de reflexión personal y llevándose la mano a la barbilla, que en una semana o dos semanas, que tenía un poco de lio esos días.
Como coincidía con mi siguiente visita a La Coruña le dije que adelante con la tabla y que le llamaría.
Ahí me paro los pies y dijo, “no me quedo con ninguna reparación que no esté abonada” “No es por nada, mira esas tablas, reparadas, llevan tiempo, a veces años, esperando a que el que las trajo las recoja…” “no me puedo deshacer de ellas porque no son mías…”. No tenía otra opción que pagar, no sabía nada de precios, era mi primera experiencia en reparaciones.
¿Cuánto es?, la volvió a repasar y dijo 12 euros; por esto de aquí, dijo señalando una parte de la tabla, no te cobro nada. Los pague y me despedí. No me dejes el invento, recuerdo que me dijo. Yo no sabía quitarlo, se dio cuenta, se enderezo y lo quito el.
Bueno tito pues te llamo cuando vuelva a pasar, me miro por encima de las gafas y me dijo “casi todos me llaman viejo”.
De acuerdo le dije y apunte en mi móvil “tito el viejo”, le di la mano y me dijo “Buen viaje, Esteban de Viveiro”.
Cuando pase a recoger la tabla, me enseño su técnica sobre cómo se tenía que poner el invento para que quedase bien amarrado.
Durante años, nos veíamos de esta manera, hablábamos en estos encuentros. Yo le llevaba una o dos tablas, charlábamos, era un placer. Solo una vez que le lleve una tabla partida en dos, me dijo “esa no te la arreglo” “no porque no pueda, sino porque te tendría que cobrar mucho y no me gusta”. Años después, hace relativamente poco, soluciono el problema de un long partido en dos.
Después mis hijos, Esteban y Álvaro, cogieron el relevo. Le llamaban, quedaban con Tito y le llevaban tablas o las recogían…, cuando podían comían juntos por la zona, tras lo cual yo siempre recibía saludos suyos.
Navega amigo, siempre te recordare.