Tito

Amante de los libros de Mika Waltari y las películas de Yul Brynner, él mismo se presenta como “reparador de tablas y bicicletas por hobby”. A su mirada atractiva y despierta, se une una mente inquieta siempre dispuesta a la conversación y unas manos hábiles preparadas para resolver cualquier problema. ”Por mis actos me conoceréis”, le oí decir una vez, y así es en su caso. 

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A principios de los ochenta, era fácil encontrarse con Tito en O’ Patacón, animadísimo bar de la calle Orzán de A Coruña. En la parte trasera del bar había un pequeño taller donde se guardaban y arreglaban tablas de surf, bicicletas y un largo etcétera de artilugios, y en el que se mezclaba el olor a poliéster, fibra de vidrio y grasa de cadena. Hoy, un garaje como aquel es el taller de Tito, el lugar en donde se encuentra a sus anchas y recibe a amigos que acuden a que les repare una tabla o a comentar la última sesión de surf. Por supuesto sigue cogiendo olas con sus llamativas tablas y trajes de fabricación propia, o haciendo inventos raros. Para la mayoría es el referente surfero de A Coruña desde hace cinco décadas. Su charla es animada. Da consejos. En su taller siempre hay una tabla o una bicicleta para quien la necesite.

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“Tito es el máximo exponente de la bohemia en el surf, - dice de él Vicente Irisarri - con un nivel de juventud mayor que el de la mayoría de los jóvenes, aunque ahora le llaman “El Viejo”.

Hubo una época en la que fue marinero en barcos de pesca, pero si se anunciaban buenas olas, no se presentaba al embarque para no perdérselas. Pero era tan buen profesional, estaba tan lleno de recursos para resolver cualquier problema, que de la tripulación del barco en que estaba enrolado, al único al que su patrón le permitía perderse una marea era a Tito”.

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“Cosía muy bien y le quedaba todo impecable - destaca de él Alejandro Mesías -. Tito era quien nos reparaba los trajes, y gracias a él tuvimos los primeros trajes de neopreno específicos de surf. A mí me hizo uno a partir de un “dos piezas” que me habían regalado de la submarina: unió chaqueta y pantalón e hizo un traje integral con cremallera. Era un artista. Todas las herramientas que llevábamos para la submarina las fabricaba él. Siempre aparecía con un invento nuevo.

Era muy buen pescador, pero el suyo era un caso curioso: era darle un fusil de pesca submarina… ¡y no le pegaba a un “peixe" ni de coña! ¡Aunque le dieses un cañón, no atinaba! ¡Pam, pum!, y el arpón pasaba por arriba o por abajo. Una cosa increíble. Pero al percebe y al pulpo, o cogiendo nécoras, era un fenómeno: no conocí a nadie igual”.

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“Era un hombre de mar al estilo clásico y un magnífico pescador - lo define Vicente Irisarri -. Recuerdo las tinas llenas de robalizas que él y Rufino pescaban en Sabón, los percebes que cogían en Campelo y las nécoras de Riazor… También las exquisitas recetas que conocían para prepararlas. Para mí es una persona especial, con la que he tenido grandes discusiones y a la que aprecio mucho, con una gran inteligencia natural, mucha retranca gallega y un temperamento un tanto anárquico. Si bien es un firme defensor de sus convicciones, la diplomacia vaticana no va con él. Otro rasgo importante de su carácter es el sentido de la amistad. La suya con Rufino es el ejemplo paradigmático de cómo la amistad puede unir a dos personas tan diferentes en su concepción de la vida. Al menos en la etapa en que más los traté, 1977-1988, eran uña y carne”.

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“Tito es una rara avis - lo describe Vari Caramés -. ¡Lo adoro! Por pocas personas en esta vida pondría mi mano en el fuego, y Tito es una de ellas. Porque Tito es nobleza, autenticidad… Es un animal en el mejor de los sentidos. Un ser puro. No tiene ninguna doblez. Con él, o lo coges o lo dejas, no hay término medio. Nunca te va a engañar. Te habla claro. Siempre me ha dado buenos consejos.

Tito hacía de la necesidad virtud. Que había que arreglar un traje: allí estaba Tito. Que la tabla tenía un guiche: Tito te lo solucionaba. Para cada problema tenía una solución. Siempre fue una persona colaboradora, de grupo. Estaba, pero no estaba. A Tito había que entenderlo. Estaba en el grupo, pero de pronto desaparecía. ¿Qué carallo estará haciendo? Y de repente aparecía con unos pulpos que no sabías de dónde los había sacado. O unas sardinas. Era la intendencia y la logística del grupo. Mientras los demás descansábamos, Tito estaba barrenando sobre qué nos iba a hacer falta: leña, pues iba al bosque a por ella; un banco, y empezaba a tallar una madera…”

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Su temperamento, la visión de lo que el surf se podría convertir en un futuro, y como ya entonces intentaba evitarlo (a su manera), quedaron recogidos en un artículo publicado en La Voz de Galicia en abril de 1988: “El windsurf no tiene la dependencia del surf. Se puede hacer en cualquier momento, mientras que en el surf no es lo mismo que el viento pegue de tierra o de mar. El surf te reclama en cualquier momento. Dependemos de la Naturaleza. Nos hemos de acomodar a sus deseos. Somos sus esclavos. Y lo peor es que nunca uno se queda satisfecho. Es un “cuelgue” total. No se lo aconsejo a nadie. El día que vas al mar, revientas el cuerpo”.

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Este texto incluye partes de la entrevista que en 1999 le efectuó Gonzalo Cueto y que apareció publicada en la revista Surfari, así como apuntes de un artículo publicado en la revista 3sesenta escrito por Willy Uribe y Javier Amézaga, otro de La Voz de Galicia de abril de 1988 escrito por Antonia Paradela, así como anécdotas contadas por sus amigos Vicente Irisarri, Alejandro Mesías y Vari Caramés.

La entrevista que Gonzalo le hizo en 1999 terminada con esta frase de Tito:

“No tengo un lugar preferido, y eso que he visitado muchos, pero de todos los lugares en los que me gustaría haber estado, sólo me queda uno por conocer: el cielo”.

Seguro que ahora lo está disfrutando.

Libros del Océano