Carlos Bremón
En mayo de 1971, emprendí un surfari a Tapia con la idea de contactar con el grupo de surfistas que me habían dicho cogían olas en esa playa. Fui hasta Tapia siguiendo la carretera de la costa, en mi Seat 850 de color azul y en compañía de mi madre. Mi primera parada fue en Valdoviño, la playa en la que me habían contado que se hacía surf en Ferrol. Pero había mucho mar, por lo que seguí en dirección a Cedeira.
Tras una pronunciada curva, divisé una playa. Busqué una bajada y cogí el primer desvío que encontré, que me llevó a una pista que moría sobre un pequeño outeiro desde el que se dominaba el arenal. La playa, de unos 400 metros de longitud, con dunas y un carrizal inmenso, estaba encajonada entre dos acantilados que la resguardaban de casi todos los vientos excepto del Noroeste. Su orientación era buena, de modo que la principal dirección de mar le daba de lleno. Algo enseguida llamó mi atención: una cresta gris se movía paralela al acantilado Norte. Aquella ola rompió en forma de una magnífica derecha. Y detrás vino otra. Y otra… El cuerpo me lo pedía, pero la lógica se impuso. Estaba solo, y aquella ola tenía un buen tamaño. Nunca he sido un valiente, o más bien un temerario, y decidí dejarlo para otra ocasión. Mi habitual metro de Santa Cristina no era un entrenamiento suficiente para enfrentarme a esa derecha. Pero esa ola quedó grabada en mi memoria.
Continué la ruta, y poco después de dejar aquella playa, apareció ante mí otro arenal espectacular. Éste no estaba tan abierto al mar, pues encontraba abrigo en el interior de la ría de Cedeira. Desde lo alto resultaba complicado apreciar el tamaño de las olas. Seguí por la carretera y vi un cartel que ponía “Villarrube”. Bajé por una pista estrecha y pronunciada que me llevó al pie de unas dunas. Desde allí no veía el mar, y me acerqué caminando a la orilla. Parecía que las olas eran surfeables. Volví al coche para cambiarme. Entre mis cosas busqué la chaquetilla de neopreno, pero pronto llegué a la desagradable conclusión de que no la tenía conmigo. Hacía frío y llovía, pero las olas eran buenas. Me había olvidado también el bañador, así que entré al agua con un pantalón de chándal y una camiseta. Aguanté en el agua casi una hora, en la que disfruté de la sensación de soledad que proporcionaba aquel lugar, cogiendo unas olas largas y divertidas hasta que se hizo de noche.
Un año más tarde, a principios del mes de agosto de 1972, fui unos días de camping a Valdoviño. Llegué al atardecer y, tras montar la tienda, fui a ver las olas. El mar estaba algo revuelto. De pronto me vino a la cabeza aquella playa cercana a Valdoviño que había visto el año anterior. ¿Por qué no nos acercamos?
Accedimos a la playa por la misma pista que un año antes. Vi carteles que indicaban “Playa de Pantín”. Después de aparcar al final de la pista, bajé a la arena. La playa estaba lisa. Era marea baja y el mar había retrocedido. Una ola rompía en el medio de la playa. Una izquierda rápida que pensé que con el tablón quizás sería capaz de seguir. Pero ya era tarde.
Al día siguiente, cuando llegamos a Pantín, la marea estaba alta y rompía una ola que tendría algo más de medio metro. La mañana era soleada y la brisa terral. Todo invitaba a irse al agua. Cogí mi tablón y me lancé al mar. El agua estaba fría, pero al ver romper aquellas olas, pronto me olvidé. Cogí izquierdas y derechas. No había nadie en la playa. Aguanté más de una hora, hasta que me harté de coger olas. Con los años, será una de esas sesiones que consigues recordar sin esfuerzo y de la que puedes revivir las sensaciones que has experimentado: el sabor del mar, la luz en la superficie del agua, los revolcones en la orilla…
Al día siguiente volví temprano. Quería coger la ola de marea baja que había visto hacía dos días. El viento había subido de intensidad y soplaba fuerte. Tras observar un rato la rompiente, me pareció demasiado rápida. Dudé si sería capaz de surfear una ola como aquélla. La soledad, el fuerte viento y aquellas olas, me impusieron un poco. Antes de irme, hice unas fotos: nunca había visto romper una ola así.